Texto escrito por César
Yacsirk, diagramación y montaje Daniel Pérez Jiménez.
Desde el mismo inicio de la llamada “gran fiesta futbolística”, no
queda un espacio libre de este deporte. No hay espacio público o privado donde
no haya un televisor sintonizado en el mundial de fútbol. Desde un puesto de hamburguesas
o perros calientes ambulante, hasta el restaurante más ostentoso, siguen de
cerca cada partido de equipos cuya bandera, país, idioma, religión o ubicación
geográfica fuera medianamente conocida.
Croacia versus Camerún o Bosnia versus Irán generaron probablemente
discusiones encarnizadas a causa de una jugada dudosa o la calidad del arquero.
No me sería difícil observar a dos personas abrazarse ante un gol de Costa de
Marfil con la obligatoria celebración posterior.
En las oficinas y ambientes organizacionales podrían seguramente
observarse dos posturas ante el fenómeno. La primera, prohibir
tácita o explícitamente el seguir las
incidencias del mundial. Una norma que conviviría seguramente con la quiniela
informal promovida por cualquier empleado o por el jefe mismo. Es aquí donde aparecen
las reuniones fuera de la oficina en las horas de cada partido clave o la
diligencia de último minuto justo al inicio de una confrontación futbolística
importante.
La segunda postura y ante la realidad existente, permitir y hasta
favorecer que cada persona pueda seguir cada movimiento del balón, colocando
pantallas en áreas comunes. Paradójicamente, puedo casi aseverar que es menor
el tiempo que un trabajador se queda pegado a un juego “autorizado” que si
seguir el partido fuera una actividad clandestina.
Se desata una necesidad imperiosa por gritar a todo pulmón Goooooollll
hasta quedarse sin aliento y enrojecer uno y los vecinos, sin antes haber sido
hincha de ningún equipo ni seguidor de ninguna liga. El solo conocer la regla
básica basta para empaparse de este deporte: pelota que pasa el arco y pega en
la malla, es una buena o mala noticia.
Creo que lo narrado anteriormente encierra una lección. Cada cuatro
años y durante un mes, se paraliza todo un país y el mundo en función a este
deporte. Personas con poca vinculación estrecha con el deporte se unen como el
seguidor de la liga española, italiana o la copa América.
Celebramos fácilmente los éxitos del otro, aunque ese otro no sea
cercano o no sepamos de donde viene. Nos colocamos una camiseta del equipo
apreciado, independientemente de si corresponde al color preferido. Se sufre si el equipo pierde, pero sin dejar
de asimilar la derrota, se sigue el deporte hasta definir un campeón.
Seguimos a los jugadores virtuosos, sus historias, sus logros. Muchos
de estos jugadores inspiran a otros en seguir un camino similar o a asumir los
triunfos y derrotas con hidalguía.
Buscando las enseñanzas del mundial y su extrapolación a la vida y a las
organizaciones, diría lo siguiente:
Convertir nuestras actividades por muy simples o complejas que estas
sean, en un motivo de celebración diario. Resalta tus pequeñas victorias.
Hacer que nuestras actividades y las actividades de las personas que trabajan
contigo, sean retadoras, llamativas y muy importante, con las reglas claras.
Apoyarse en técnicas de marketing para fidelizar a tu equipo entre si y
con la organización a la cual pertenezcan. Claves comunes, lemas que los
identifiquen, puntos de unión.
Resaltar al líder que inspire, más allá de su cargo o su rol. Invita a
otros a ser héroes también.
Trabajar en aprender de las derrotas y sobreponerse a ellas tanto como
reconocer y exaltar los éxitos alcanzados.
El todo está en darle la vuelta
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